Cuenta la leyenda que para dividirse la isla caribeña de San Martín los franceses y holandeses decidieron, luego de una alegre velada, que al día siguiente dos de los lugareños saldrían trotando desde un mismo punto en direcciones opuestas por el borde de la isla hasta volverse a encontrar. Allí se marcaría la línea divisoria.
Al parecer, los franceses se lucieron esa noche ofreciéndoles a sus coterráneos holandeses generosas dosis de vino, cuyas consecuencias surtieron efecto al día siguiente. De allí que Holanda no hubiera salido muy favorecida en la repartición. Sin embargo, cuentan los historiadores que el reparto oficial de los territorios se dio más por motivos de interés económico y con tratados oficiales.
Para los viajeros habituales de cruceros, este destino puede resultarles familiar, por ser una de las paradas obligadas del Caribe, en el puerto libre de Philipsburg, la capital de la parte holandesa, famosa por sus almacenes de piedras preciosas, relojes, licores y marcas reconocidas de ropa, entre otros artículos.
No obstante, este destino también ha comenzado a llamar la atención de los colombianos y de los suramericanos, gracias a la oferta de vuelos que parten desde la ciudad de Panamá, distante a dos horas y media vía aérea de la isla caribeña.
Una de las atracciones principales de la parte holandesa es la famosa playa de Maho, que antecede la pista de aterrizaje del Aeropuerto Internacional Princesa Juliana, en donde decenas de turistas se dan cita todos los días para fotografiar la llegada de los aviones, que pasan a tan solo unos metros de altura de sus cabezas.
La pista de aterrizaje está separada con dos cercas de metal y tiene una larga cuerda de la que la gente se agarra para sentir la potencia del aire que arrojan las turbinas de las aeronaves al momento del despegue.
Otra de las curiosidades del aeropuerto es su amplia zona VIP, en donde se aprecian los jets privados de celebridades y ejecutivos del mundo. De hecho, el 85 por ciento de los ingresos de la isla provienen del turismo.
Por eso, uno de los alojamientos ideales en este lado de la isla, es el Sonesta Maho Beach Resort, que además de ofrecer el plan de todo incluido, se encuentra a dos minutos a pie de esta playa.
A un cuarto de hora de allí, se encuentra la playa de Mullet Bay, cuyas calmadas aguas cristalinas y tornasoladas, de visos azul turquesa y verde pastel, la hacen uno de los balnearios más lindos de la parte holandesa, ideal para las familias con niños pequeños. Allí se puede rentar dos sillas y una sombrilla por un promedio de 15 dólares el día.
En total la isla cuenta con más de 35 playas de uso público para bañistas que buscan distintos tipos de distracción: desde el plan contemplativo para asolearse hasta las actividades de deportes náuticos.
Dependiendo de los gustos del visitante, es importante que tenga en cuenta que el lado Caribe ofrece aguas más tranquilas, mientras que las playas que dan al océano Atlántico, como las de la zona francesa, son más propicias para los amantes de deportes como el kitesurf, windsurf y el surf.
En la zona francesa, uno de los lugares ideales para pasar un día de playa en paz es Pinel Island, una pequeña poción de tierra circundada por arenas blancas a la que se llega en una lancha luego de atravesar la bahía Cul de Sac. Este trayecto tiene un costo de 10 dólares ida y regreso.
Allí se puede almorzar langosta o pescado fresco con ensalada, en el restaurante Karibuni, que también ofrece el servicio de alquiler de sillas y sombrilla de bronceo por 20 dólares.
Y para aquellos que buscan un lugar más exclusivo, ideal para las lunas de miel o el confort, a cinco minutos en auto de esta bahía se llega al hotel-spa Radisson Blu, famoso por contar con una de las piletas contiguas al mar más grandes del Caribe.