El reloj biológico y el sueño de varios hijos dibujaron, pasados los treinta, el primer límite. La etapa de “dos” –en tantos aspectos libre y placentera-, empezaba a quedarnos chica y había que hacer espacio, en el corazón y en la agenda, a la idea de familia.
Lo primero era fácil; lo segundo, todo un tema para una pareja de periodistas acostumbrada a horarios flexibles y rutinas hogareñas incapaces de formato alguno, felizmente apegada a los antojos de una realidad incierta. Había que tenerlo claro: convertirnos en tres jaqueaba de lleno algunas costumbres y nos desafiaba.
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Lo pensamos. Nos trasladamos hasta allí, hasta la idea de “padres”, de “familia”, y bastó con la fantasía para sospechar algo que luego confirmaríamos a rajatabla: nuestro “contrato” habilitaba y se bancaba varias renuncias y entregas en función de una crianza y un esquema familiar a la medida de nuestros valores y expectativas, pero tenía un límite:
La pareja, nuestra pareja, no "toleraba" dejar de viajar. Es algo que nos apasiona y una costumbre a la que debían integrarse todos los que se sumaran al núcleo de amor que empezábamos a construir. Había que imaginar unas vacaciones en familia.
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Vacaciones en familia: un viaje de ida
Podíamos pasar algunos años sin cine, sin noches largas fuera de casa, sin la adrenalina (en mi caso) de seguir durante días una primicia hasta entrada la madrugada. Podía hasta pensar en un cambio de trabajo (de hecho, lo hice) para adaptarme a rutinas escolares, cumpleaños de amigos, turnos en el pediatra, clases de fútbol y otras novedades.
Pero dejar de viajar era un límite, un límite que, superado, podía llevarnos puestos: aún siendo tres, cinco o los que fuéramos, debíamos poder seguir amasando y concretando, cada año, algún plan de vacaciones estimulante, copado, que nos llenara de ilusión, que nos asomara al mundo, que nos llevara tan lejos de la realidad argentina como lo permitiera nuestro bolsillo.
Dejar de viajar, coincidíamos, nos amenazaba y nos empobrecía, como personas y como pareja. Así fuera a cien kilómetros de distancia a un camping de acá nomás: nos gusta movernos. Por frívolo que sonara –incluso a nuestros oídos-, viajar y “realizarse” se tuteaban demasiado
Entonces, había que aprender. Había que pensar cómo y hacerlo, contra todos los consejos y contra todos los pronósticos. Probar, equivocarse y volver a hacerlo hasta encontrar un modo capaz de integrar el deseo y la satisfacción de todos, un modo que no supusiera la frustración de unos en beneficio de otros.
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Cómo armar un viaje con chicos
No era fácil. Millonarios no somos. Inconscientes, menos. Somos padres responsables y dedicados, incapaces de “adultizar” a los chicos en función de nuestras necesidades y placeres, y con bolsillos de asalariados. ¿Qué hacer? No sabíamos, pero hicimos. Hicimos y aprendimos. Hicimos y salió bien. Más que bien.
Por eso me gusta escribir sobre viajar en familia, sobre viajar con chicos: porque disiento con todo aquel que suponga que los hijos y la etapa de crianza son incompatibles con un plan de vacaciones copado, sorprendente, estimulante
Porque irnos lejos, muy lejos, con nuestros hijos -siendo incluso bebés-, fue y es una aventura maravillosa, que nos devuelve a casa renovados, diferentes, felices. Porque aprendimos a inventar maneras de viajar que resulten, además de accesibles económicamente, divertidas y enriquecedoras para todos, sean bebés, niños o adultos.
Porque aprendimos y porque resultó genial, quiero compartir la experiencia con otras parejas, con otras familias, y desterrar el mito del “no se puede”. Porque no solamente se puede sino que está buenísimo.
Para parejas a las que les gusta viajar, bajar las expectativas de vacaciones durante los años de niños pequeños puede resultar carísimo. Puede convertirse en un espacio de frustración y de postergación, y puede teñir de emociones desagradables o tóxicas uno de los momentos más lindos y esperados del año
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Claves para organizar viajes en familia
No abundan libros ni revistas ni blogs sobre el tema. Si los hay, en general se agotan en consejos prácticos, que son muy útiles, pero no resuelven el dilema y las contradicciones que se presentan a la hora de pensar si unas vacaciones en familia son compatibles con unas felices vacaciones para todos.
“El placer y la diversión de los niños supone la postergación de los padres, o viceversa”, se supone, se asegura. Y… ¿Por qué? ¿No habrá maneras de armar los viajes y orientar la crianza de manera tal que viajar sea parte de una rutina familiar agradable? ¿No habrá algún modo de organizarse puertas adentro de la pareja para compatibilizar deseos y necesidades?
¿Qué recursos y herramientas podemos incorporar a la dinámica familiar para disfrutar en “equipo”, combinando en dosis exactas planificación y flexibilidad? ¿Cómo y en qué abaratar costos para poder seguir sosteniendo buenos viajes siendo más de dos?
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Lo primero que hay que saber y asumir es que NO ES LO MISMO. Que es diferente, y que ese “diferente” no tiene por qué suponer un mejor o peor. Evitar comparaciones de cosas incomparables destierra frustraciones.
Hecho el duelo de un tipo de viajes –el viaje solos, librados a nuestro antojo-, asoma el vaso lleno: esto es, no solamente la larga lista de cosas que sí podemos hacer, sino unas cuantas novedades que el viaje en familia inaugura y que enriquecen las vacaciones en múltiples planos.
El saldo acreedor es indiscutible cuando uno compara todo lo que puede tener y recoger con la resignación (¿la frustración?) de acotar el proyecto de vacaciones durante 10, 15 años a un formato que no nos estimula y que sólo asocia vacaciones a descanso o a un plan exclusivamente infantil
Se trata de conciliar agendas, gustos, ganas, tiempos. Se trata de aprender, de animarse. Se trata de disfrutar. Y con una yapa que, tal vez, nunca pensaste: viajar en familia es una buena excusa para mejorar la calidad de tus viajes.
Es muy probable que tus viajes mejoren en equipamiento, planificación, alojamiento, horas de descanso, etc. Y es más probable aún que tus hijos te contacten con el aquí y ahora de cada lugar, con una intensidad y una frescura sin antecedentes.
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Tomar conciencia de que esa etapa de chicos chicos dura poco y que lo mejor que nos puede pasar es disfrutarla es un gran punto de partida.
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