Brujas tiene todos los ingredientes para visitarla, recorrerla sin prisa y disfrutarla. Su centro histórico lo merece, es Patrimonio de la Humanidad. Además es perfecta para recorrer a pie y dar algún paseo en lancha por sus canales.
Desde el aeropuerto nacional de Bruselas la manera más cómoda para llegar a Brujas es en tren. Cada hora hay un tren directo a Brujas desde el aeropuerto.
Lo mejor es llegar temprano, ya que a primera hora, sin aglomeraciones, es cuando mejor se captura el encanto de las adoquinadas calles de Brujas y sus fotogénicas plazas medievales rodeadas de altas torres y antiguas iglesias
La primera visita debería ser a la Grote Markt, la plaza del Mercado. Ahí podrás admirar los edificios medievales que la flanquean.
En esta plaza se ubica el campanario de Belford, la colosal torre del siglo XIII que regala la mejor de las panorámicas de la ciudad a 83 metros de altura, después de haber subido 366 escalones.
Muy cerca queda otra de sus plazas más encantadoras, el Burg, a la que asoman el impresionante Ayuntamiento (Stadhuis) de estilo gótico y repleto de estatuas de los condes de Flandes, la fachada del elegante Brugse Vrije, con su fachada de estatuillas doradas y ventanales rojos, y la basílica Heilig Bloed (de la Santa Sangre).
Y cruzando el estrecho callejón Blinde Ezelstraat que acaba en el canal Djiver, llegar al Vismark, el animado mercado.
Una vez saboreadas todos estas maravillas, dirigirse al rincón más romántico de Brujas, el puente de St.Bonifacius, al que llaman de los enamorados, y al pequeño parque Arentshof.
Desde aquí quedan muy próximos los otros dos edificios que definen el horizonte de Brujas: la iglesia gótica de Nuestra Señora, que alberga la famosa Virgen con el Niño de Miguel Ángel; y, un poco más allá, la catedral del Salvador, el templo más antiguo de la ciudad, con una bella fachada y su esbelta torre de 100 metros de altura.
A esta altura del recorrido, llegó el momento de subirse a uno de esos barcos que recorren los canales brujenses, que por algo se la conoce como la Venecia del Norte, y disfrutar la ciudad desde otro punto de vista.
Si te quedó tiempo, hacete un mimo y regalate un paseo en calesa por la calle Wollestraat.
Es imprescindible probar una de las grandes delicias belgas, el chocolate, que aquí más que un oficio o una pasión es un orgullo. Y es que Brujas es un auténtico laboratorio de chocolate gracias a sus más de 50 maestros chocolateros.
Si tuviste la suerte de disponer de más de un día y dormiste en Brujas, la mañana siguiente se puede dedicar a recorrer los senderos decorados con estatuas del Minnewater, el parque más famoso de Brujas, un romántico jardín que data del siglo XVI situado muy cerca de la estación central de ferrocarril y famoso por su lago del Amor, un remanso de paz con cisnes, donde cuenta la leyenda que descansan los restos de la hija de un viejo marinero que prefirió escapar a tener que casarse con un hombre que no amaba.
Justo detrás del lago del Amor se encuentra Begijnhof, o el Beaterio, uno de esos recintos formados por un pequeño grupo de casas distribuidas alrededor de un jardín y una iglesia que surgieron en los Países Bajos durante la Edad Media con el fin de albergar a las mujeres que quedaron viudas y huérfanas tras las Cruzadas, y cuya visita, además de su interesante arquitectura, son un remanso de paz que permite trasladarse al pasado conociendo costumbres medievales.
Otra idea son los molinos del barrio de Santa Anna
O el pintoresco pueblo de Lissewege, a solo 11 kilómetros al norte de Brujas, ya muy cerca del mar, de arquitectura tradicional flamenca, con casas blancas y tejados rojos, un canal que recorre su centro y la iglesia de Nuestra Señora, con una imponente torre de ladrillo del siglo XIII de más de 50 metros de altura a la que es posible subir para contemplar un soberbio paisaje.