Llegamos finalmente a Sydney, la ciudad más grande y antigua de Australia, capital de Nueva Gales del Sur, donde viven cinco millones de personas y que en el año 2000 fue sede de los Juegos Olímpicos. Es una hermosa ciudad, ubicada en la inmensa bahía que lleva el mismo nombre.
Como suele pasarnos a los viajeros, el tiempo apenas nos alcanzó para conocer algunos hitos fundamentales.
Entre los lugares que no hay que perderse destacamos "The Rock", el barrio histórico donde estaba la prisión fundacional, hoy un alegre paseo
la Opera, un edificio único y atrapante
el Harbour Bridge, uno de los puentes de metal de un solo tramo más grandes del mundo donde se practican caminatas de altura y el siempre concurrido Barrio Chino.
El recorrido en barco por la bahía no puede ser más hermoso y compite, mano a mano, con la bahía de Guanabara, en Río de Janeiro. Alejarse –y al regreso acercarse- a la Opera y el puente es un espectáculo aparte.
Los altos y modernos edificios del centro contrastan con bajas y antiguas construcciones neoclásicas, barrocas y victorianas mientras un crucero de gran porte se integra al paisaje.
Mientras el barco avanza hacia el Pacífico se ven verdes costas con mansiones acomodadas, pequeños puertos y veleros amarrados. Parecen islas por el agua que las rodea pero, en realidad, son calas en tierras que forman parte del continente y pueden ser visitadas por carretera.
En la cubierta del barco, viajando de regreso en direccion a la puesta de sol, sentimos la brisa marina en la cara y una sensacion de plenitud en el corazón.
Multiculturalismo y juventud
Se ven en el centro mayoría de rostros orientales pero en los barrios y periferias predominan los occidentales. Casi un tercio de los habitantes de Sydney nacieron en el extranjero, con mayoría de ingleses, chinos y neozelandeses.
Su población es muy joven, con una edad media de 34 años y sólo el 12 % de mayores de 65.
Como nota curiosa la igualdad de género hace que muchas mujeres realicen tareas tradicionalmente más masculinas como obras, construcciones, o guardavidas.
Diversidad sexual
Sydney tiene la segunda mayor comunidad gay del mundo luego de San Francisco. Decenas de parejas del mismo sexo pasean por las calles y en los alrededores de la calle Oxford ondea en muchas ventanas la bandera del arco iris.
Todos los años se celebra el "mardi gras" (martes de carnaval), precedido por un festival de tres semanas con más de un centenar de 100 eventos que culmina con un gran desfile, iniciado con el izamiento del emblema del arco iris.
Paseando por la calle Oxford sentimos el encanto de la igualdad y el respeto por la diversidad.
“Kangaroo”: la historia de un nombre
Se dice que cuando los ingleses llegaron a estas tierras encontraron un extraño animal, con cara parecida al conejo, orejas mas cortas, de gran tamaño y que caminaba dando saltos sobre sus grandes patas traseras. Desde una bolsa alojada en su panza asomaba la cabeza de una cría.
Los recién llegados –continúa la leyenda- preguntaron a los aborígenes -en inglés, por supuesto- "¿cómo se llama este animal?". La respuesta –dada en el idioma aborigen- fue "kangaroo".
Los ingleses concluyeron que ese era el nombre del animal y de ahí en más lo llamaron así, de lo que derivó luego, en español, la palabra "canguro".
Pero lo que en realidad habían contestado los aborígenes había sido "no te entiendo"…
La anécdota –o leyenda- ilustra las dificultades de comunicación entre las diversas culturas, que suele derivar en la discriminación de los más débiles.
El Barrio Chino y su año nuevo
A mediados del siglo XIX, llegaron a Australia los primeros inmigrantes chinos quienes, como suele suceder en otros lugares del mundo, mantienen sus tradiciones y se asientan mayoritariamente en una mismo zona.
La comunidad china de Sydney se concentra en el Barrio Chino, ubicado en la zona del distrito financiero de la ciudad, con sus restaurantes, tiendas, templos y las puertas tan típicas que marcan la entrada al barrio.
Disfrutamos con los preparativos del Año Nuevo Chino que en esta ocasión es el 4715, año del Gallo de Fuego, en su calendario.
El Gallo simboliza el comienzo de un nuevo día y el despertar al darse cuenta. El fuego "yin" expresa calidez, visión interior y dulzura en las relaciones personales y familiares.
Ojalá podamos sentirnos y comportarnos como "gallos de fuego" todo el año.
Día de la independencia
Tuvimos también la suerte de estar en Sydney pocos días antes del "Día de Australia" que se celebra los 26 de enero, aniversario de la llegada de la primera flota inglesa en 1788, y ver como se preparaban los festejos.
Cada año decenas de miles de personas eligen ese día para convertirse en ciudadanos australianos y las celebraciones incluyen impresionantes fuegos artificiales.
Lo curioso es que Australia no libró una verdadera guerra de la independencia y, más allá de alguna escaramuza entre colonos y británicos ("batalla de Sydney"), la federación de los seis estados y el estatuto de país independiente, con Parlamento propio, aunque integrante del Commonwhealt, datan de una Constitucion del año 1901.
Como sea, los australianos no se sienten ingleses y son muy orgullosos de su identidad.
Despedida en la playa
Nuestro último día fue un hermoso domingo de sol con apenas 25 grados de temperatura. Hicimos lo que todo el mundo hace en Sydney durante el verano: ir a la playa.
Enfilamos en un bus urbano hacia "Bondy" un barrio ubicado a media hora del centro que tiene una linda playa entre dos acantilados.
No había viento, el mar es frío y con olas muy fuertes, un gran cambio respecto de la serenidad y calidez de la barrera de coral.
Sin embargo el agua nos atrapó enseguida y, por largo rato, jugamos en la rompiente con olas que atravesamos y otras que nos arrastraban.
El gran deporte aquí es el surf. Todos quieren ser surfistas.
Vimos muchos padres a la orilla enseñando a sus pequeños hijos el deporte con intentos, éxitos y caídas que enternecen.
Mirada a simple vista la playa es un caos donde conviven zonas de bañistas con zonas de surfers de todas las edades. Sin embargo hay un estricto control de los guardavidas y dos gomones a motor surcaban paralelos a la costa en forma constante. Todos cuidaban a todos.
En la playa encontramos una explicación al hecho de que el papel moneda de Australia sea de plástico (otra cosa única en el mundo). Cuando el surfista sale del agua y va a pagar su cerveza, el billete que tiene en el bolsillo está intacto.
Después del mar un almuerzo de langostas, buenas y baratas, y una copa de vino frente a la playa, ¿qué más se puede pedir?
Ni siquiera el “jet lag” -que inevitablemente se prolongó varios días tras el viaje a Buenos Aires, vía Auckland- nos quitó ese sabor.
Una vez más confirmamos que no hay nada más hermoso que viajar.
¡Hasta el próximo viaje!
Eduardo Favier Dubois