La Toscana es mundialmente famosa por su arte, su historia, sus célebres personajes y por la belleza de su paisaje. En Toscana el pasado y el presente se ensamblan armoniosamente.
Sus habitantes, orgullosos de su espléndido patrimonio, se esfuerzan día a día para conservarlo y mejorarlo. Por estas razones, en Toscana la belleza es un adjetivo implícito incluso en lo más cotidiano. A un visitante le puede resultar difícil decidir qué visitar en el poco tiempo que se dispone viajando.
Las ciudades más recomendadas son Florencia, Siena, Arezzo, Lucca, San Gimignano, Pisa… Pero hoy recorreremos pueblitos rurales de esta zona tan maravillosa.
Anghiari
Tengan sus piernas preparadas para disfrutar las cuestas de este pueblecito. Porque Anghiari está orgullosa de su famosa batalla y de sus calles inclinadas. El resto lo ponen los decorados perfectos: casas centenarias, torres defensivas y algún que otro campanario que sobresale recordándonos que estamos en Italia.
Coronar esta abrupta colina significa haber descubierto monumentos como el Palazzo Pretorio, la Abadía de San Bartolomeo o el museo de la batalla, donde no solo se habla de guerras medievales, sino también del arte que este hito generó, incluyendo un fresco de Da Vinci.
Giglio Castello
La Toscana tiene mar. ¡Y también islas! Conviene recordarlo de vez en cuando, ya que en su costa hay mucho más que playas privadas y clubes. Uno de los hallazgos en pleno mar Tirreno es la isla de Giglio y su principal reducto del pasado, Giglio Castello.
Más allá de su buena conservación, este enclave destaca por estar rodeado de un paisaje 100% mediterráneo y por el contraste de sus viejas piedras defensivas con el azul intenso del mar.
Montalcino
Es sencillamente perfecto. No se le puede pedir más ni mejor a un pueblo toscano. Comienza conquistando con sus pintorescas murallas que culminan en la Fortezza, controlando desde lo más alto.
Este castillo tiene su momento de gloria gracias a su característica planta pentagonal, a su tour por las almenas y a sus estancias, donde destaca su pequeña basílica. Y la guinda del pastel la ponen los clásicos toscanos, es decir, su catedral, su ayuntamiento, su palacio y su Loggia.
Pitigliano
¿Quién vive en la cima al borde del acantilado? Pitigliano. Solo con observarlo da vértigo, desafiando a la gravedad y dominando este abrupto acantilado. Pero este pueblecito no se ha ganado la fama solo por su postal. También tiene gran parte de culpa su multiculturalidad, una característica que le ha llevado a ganarse el sobrenombre del Jerusalén de la Toscana. ¿La razón? Su potente combinado de restos etruscos, patrimonio renacentista y una comunidad judía que aquí sobrevivía gracias al carácter fronterizo de esta localidad (entre el Ducado de la Toscana y los Estados Pontificios).
Su sinagoga y su correspondiente judería son sus mayores legados.
Montefioralle
Calles empedradas hasta los topes y tiendecitas de artesanía auténtica. También es una excusa perfecta para perderse por el magnífico valle de Greve mientras se va de Florencia a Siena. Pero sobre todo es vino, es Chianti Classico a borbotones, es un mar de vides capaces de sublimar la belleza de las lomas toscanas y es una nota enoturística de color a la ya de por sí sabrosa Toscana.
Monterrigioni
Este pedazo de paraíso pegado a Siena aúna dos de los elementos característicos de un pueblo bonito. Primero, la colina, ya que Monterrigioni manda y controla los campos desde su particular trono. Segundo, la muralla. Y aquí este lugar puede ponerse soberbio y presumir de tener un recinto casi perfecto, con forma circular y con unas torres que imponen desde bien lejos.
Viendo los pequeños jardines y otros rincones que desafían a la vejez, es lógico entender que se quisiera resguardar de toda modernidad y servir como plató para filmes como La vida es bella o Gladiator.
Volterra
Es la sonrisa etrusca de la Toscana, la capital de aquella vieja civilización y otro orgullo medieval para la región. Este pueblecito es sinónimo de paseo, pero también de un encuentro frente a frente con su potente historia.
En apenas medio día se puede disfrutar de unas murallas etruscas, de un museo arqueológico dedicado a este pueblo pre-romano, de un teatro romano, de una fortaleza Medici y hasta de un palacio medieval con pinacoteca incluida.
Tampoco falta su Duomo, donde no solo maravilla su arquitectura, también sus frescos y esculturas.
Montepulciano
Por las calles de este enclave se percibe una lucha constante entre lo medieval y lo renacentista. El primero aporta ese bendito caos de callejuelas nerviosas, puertas de madera y arcos defensivos.
Por su parte, el Renacimiento remata la jugada levantando auténticos monumentos que, aunque brillan por separado, embellecen la visita. Es inevitable plantarse ante su ayuntamiento y no pensar en el Palazzo Vechio de Florencia, o mirar su catedral y no acordarse de Bolonia. Y todo en apenas dos pasos, haciendo que la vida se ralentice.
San Gimignano
Lo más parecido a Manhattan durante la Edad Media es este pueblecito hiperturístico. La comparación no es gratuita ni por pura retórica, simplemente sale sola cuando se observa su skyline, plagado de torres que aguantan estoicas el paso del tiempo y el sube y baja de los turistas.
Una vez se regresa a ras de suelo, no sin antes haber gozado de las vistas idílicas de la Toscana en todo su esplendor, San Gimignano mejora cualquier decorado de cine, con piedra a raudales, iglesias atractivas a mansalva y plazas con encanto plagadas de pizzerías y heladerías.