El agua domina todo en este humedal argentino, una inmensidad cubierta de verde, con poca tierra firme y muchos "embalsados", o islas flotantes que albergan familias de carpinchos, solitarios ciervos de los pantanos y numerosos yacarés overos, entre otras especies autóctonas.
Humedal argentino
Esta experiencia de contacto directo con la naturaleza y la cultura local, de la mano de guías expertos y menchos -gauchos correntinos- es una de las opciones para los turistas que ingresan por el Portal Carambola, el acceso más occidental a esta reserva natural, vecino a la localidad de Concepción del Yaguareté Corá.
Esteros del Iberá
El agua está presente en arroyos, ríos y lagunas u oculta entre la vegetación, ya que los Esteros son el mayor humedal de Argentina, con unas 750.000 hectáreas que conforman los parques Nacional y Provincial Iberá, más otras 25.000 a incorporar a la parte federal.
El paseo comienza con una caminata desde el cámping Carambolita -donde hay quinchos y parrillas de uso gratuito y se puede pernoctar- que se extiende 1,5 kilómetros hasta Puerto Juli Cue, donde se aborda la primera lancha.
El tramo a pie es sobrevolado por la avifauna típica, con grandes aves como garzas, cigueñas, biguás, chajás, cuervillos y caranchos, y otras pequeñas y ágiles, como martín pescador, pecho amarillo, carpinteros, teros comunes y reales y lavanderas, que ante el ruido de los pasos o las voces surgen de a uno o en bandadas de entre la vegetación.
Una pasarela de madera de unos 200 metros comunica la tierra firme del cámping con el terraplén que lleva al embarcadero, sobre un gran pastizal bajo el cual hay más de un metro de agua, y desde donde se pueden ver algunos mamíferos, como carpinchos de cerca y ciervos de los pantanos, a la distancia, además de los recientemente recuperados y liberados pecaríes de collar.
En Puerto Juli Cue se aborda una lancha, que recorre el arroyo Carambola, al mando de uno de los guías que acompañó a Télam en el paseo, Alfredo, alias "Keneke", quien explicó que sólo pueden navegar quienes practican canotaje o pescadores, con motores de hasta 40 hp, y se controla que los traslados no alteren el ambiente natural.
El circuito se hace por agua, en jurisdicción el Parque Provincial Iberá, y en una zona terrestre que lo bordea, administrada aún por la fundación Rewilding Argentina, que donó las 150.000 hectáreas del Parque Nacional Iberá, y donará esta superficie cuando termine de ponerla en valor en lo turístico y ambiental.
La lancha avanza con suavidad y se acerca a los embalsados, donde pájaros de variados colores saltan entre juncos, pajas coloradas y camalotes, y los yacarés duermen al sol u observan desde los charcos con sólo sus ojos asomando en la superficie.
Keneke recomienda a avistadores de aves y fotógrafos de fauna mantener el mayor silencio para no espantar a las presas de la caza fotográfica, y por ello a veces para el motor y mueve la lancha con la "pala" -una larguísima tacuara bambú de unos tres metros-, al empujarla contra el fondo, como es tradicional en la zona.
Al desembarcar sobre un margen del arroyo pide que los viajeros se descalcen o utilicen calzado sumergible, porque allí comienza el trekking húmedo, de varios cientos de metros con el agua hasta la pantorrilla por un pequeño surco desmalezado entre los pajonales.
El fondo de arena o fino lodo es suave, lo mismo que la tierna vegetación que no molesta a quienes deciden ir "en patas" como los lugareños; el agua transparente permite ver huellas de mamíferos o aves zancudas que caminaron por el lugar, y el guía aclara que allí no entran yacarés, y que si lo hicieran no hay peligro porque huyen de los humanos.
La caminata culmina en el refugio Lechuza Cua, donde hay un enorme timbó que se eleva más de diez metros sobre la vegetación baja y arbustiva, junto a una habitación para dormir en catre, una cocina y un "baño seco", donde se procesa con aserrín los desechos orgánicos.
Todo está construido al estilo tradicional, con bloques de juncos secos para las paredes y paja colorada en los techos, tirantes de madera del lugar y tacuaras guazú, con pisos de tierra.
Bajo el alero, el gaucho Juan Aguirre amasa la harina para el chipa cuerito (un tipo de torta frita) y el mencho Mingo Ávalos, que se expresa casi siempre en guaraní, las fríe, para ofrecerlas a los visitantes con mate cocido cuando el sol comienza a declinar y todo se vuelve amarillento, salvo el cielo que se torna rojizo.
Luego llevan a los turistas por el bañado hasta un punto llamado Puesto Felipe, donde comienza el traslado en canoas trineo, tiradas por caballos, en medio del bullicio de los pájaros que cantan a la oración, mientras el cielo se desangra en el horizonte.
Los jinetes parecen sombras que se recortan sobre el poniente y los botes se deslizan suavemente bajo un enjambre de mosquitos que a veces se vuelve nube y justifica la recomendación de llevar repelente.
Consultado sobre el esfuerzo del animal, Aguirre señaló que es mucho menos que lo que se les exige en cualquier estancia en los trabajos rurales y que gastan muy poco de su energía en estos paseos.
En algunos tramos más profundos los caballos avanzan casi a nado y los gauchos empujan los botes con las tacuara guazú, a las cuales agregan una horqueta en una punta para que no resbale ni se entierre en el fondo.
El paseo termina ya en noche cerrada, en un punto que sólo los gauchos pueden ubicar, y tras una breve caminata se llega al punto de partida en el camping.