Bosques milenarios, lagos, hielos y nieves eternas, especies en peligro de extinción. La biodiversidad del Parque Nacional Los Alerces fue inscrita por la Unesco como Patrimonio Mundial, lo cual eleva el estándar de protección de uno de los paisajes más impactantes de la Patagonia argentina.
Llegar hasta el Bosque Milenario de alerces, en la provincia de Chubut, no es fácil. Es necesario un viaje en automóvil de una hora de duración, una caminata, y otro viaje de más de una hora en lancha a través del Lago Menéndez, en el corazón del Parque Nacional.
Las cumbres nevadas y el glaciar Torrecillas indican la cercanía del Puerto Sagrario, donde reinan la paz y los centenarios alerces, que también son llamados “lahuanes”, en lengua mapuche.
El alerce es el ser vivo más antiguo de la Argentina y el segundo más longevo del mundo
A la UNESCO no le faltaron motivos para declarar a este parque nacional de la Patagonia, como Sitio Patrimonio de la Humanidad este año. Sus habitantes más longevos que dan nombre a la reserva, merecen la protección: viven allí desde hace cientos de años, -algunos hace miles- y día a día batallan contra la extinción.
Según la organización cultural de las Naciones Unidas, el parque nacional es “vital para la conservación de algunas de la últimas porciones de Bosque Patagónico en un estado prístino”.
El “Abuelo” -lahuán, en mapuche-, gigante, eterno e imponente, se ve desde la embarcación por su altura, que roza los 57 metros
El ejemplar es el emblema de un bosque que tiene miles de años y cuyos árboles pueden llegar a vivir más de 3.600 años. Los biólogos del parque dicen que existen alerces fosilizados en Chile con más de cuatro milenios de antigüedad. Algunos ejemplares superan los 75 metros de altura y los 3,5 de diámetro.
El alerce muchas veces fue estudiado para determinar su edad. Así como a las personas se les calcula ésta por las arrugas, la antigüedad de los alerces se mide contando la cantidad de anillos de su tronco: cada año, dos anillos nuevos aparecen en su corteza, uno en primavera y otro en otoño.
El método consiste en perforar el árbol hasta el centro del tronco y extraer una fina varilla de madera que sirve de muestra sin dañar al ejemplar. Allí están registradas tanto la “pequeña edad de hielo” que afectó a la Tierra alrededor del siglo XII, como el calentamiento global de fines del siglo XX.
Las condiciones para visitar el bosque son innegociables: ningún visitante puede llegar sin un guía autorizado por el Parque Nacional. No se puede acampar, andar en bicicleta, comer o encender fogatas en el interior del bosque, y todos los residuos que genere el ser humano deben regresar en la mochila hacia la ciudad.
La preservación de la segunda especie más longeva del Planeta Tierra, que estuvo al borde de la extinción a principios del siglo XX, es la piedra fundamental del parque nacional, creado en 1937
El parque se ubica en el noroeste de Chubut, a 50 kilómetros de la ciudad de Esquel y a 25 de Trevelin. Con una extensión de casi 189.000 hectáreas -de las cuales 7.000 protegen los bosques de alerces, el área también es el hogar de otras especies de flora y fauna amenazadas, como es el caso del huemul, los maitenes, cipreses, coihues, arrayanes, notros, calafates y lengas.
Un recorrido por el bosque permite palpar el peligro en el que viven constantemente los ejemplares de alerces, que se distribuyen en 12.000 hectáreas entre Argentina y Chile.
Las intensas nevadas de las que fue víctima la zona en el invierno de este año dejaron su huella: se ven ejemplares de varias especies arrojadas al suelo a causa del peso de la nieve y el viento.
En el verano de 2016, los incendios calcinaron casi 2.000 hectáreas de bosques y el fuego llegó a las puertas de Villa Futalaufquen, una población ubicada en el interior del parque.
El cambio climático, los incendios -en su mayoría intencionales, por motivos territoriales o políticos- y las fuertes nevadas de los duros inviernos patagónicos amenazan constantemente a los habitantes más longevos de la Argentina, que son los testigos vivos de la historia del Planeta.
Biólogos, geólogos y naturalistas pueden, a través de sus ejemplares más antiguos, estudiar cómo fue el mundo hace milenios y vislumbrar hacia dónde va el planeta Tierra. Los ‘abuelos’ de la Patagonia buscan quien los proteja.
Fuente: Darío Silva D’Andrea en Perfil.com