Desde Sorrento salen la mayoría de los turistas que visitan Capri. Otros llegan desde Nápoles o Positano. La estela blanca que traza el ferry sobre el mar azul profundo queda atrás.
En proa una isla rocosa salta del agua, y sólo se puede comprender su imponente altura cuando, muy cerca, se distinguen pequeños puntitos con forma de casas. Capri es una isla encantadora y pintoresca hecha de roca caliza.
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La favorita de los emperadores romanos, los artistas, ricos y famosos, y los escritores, sigue siendo uno de los lugares que, si vas a Italia, no podés dejar de visitar.
El ferry llega a Marina Grande y de ahí sale el funicular que conduce en ascenso al centro de Capri, pero antes vale la pena averiguar si la Gruta Azul está abierta, ya que no es fácil lograr visitarla cuando crece la marea.
Gruta Azul
Si es tu día de suerte, no lo dudes y subite a las lanchas que parten desde este puerto, rodean la isla y visitan la atracción número uno sin duda: la Gruta Azul. Si es un gran día de sol, da la vuelta entera a la isla, si no lo es, elegí el recorrido más corto que va directo a la gruta.
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Subís a la lancha que te lleva a la gruta y al acercarte ves un ejército de botes de remo que aguarda a los nuevos visitantes. Hay que transbordar a estas pequeñas embarcaciones y pagar 12,50 euros para ingresar a la gruta.
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Por fuera, apenas un orificio en la roca justo al nivel del mar. Tiene un metro de alto por dos de ancho. "¡Abajo!", dice el remero en entendible español. Posa los remos sobre el bote y se toma de una cadena para darse un empujón hacia ese hueco pequeño y oscuro.
Van 4 en el bote y deberán inclinase hacia atrás (casi acostados) para ingresar a la gruta y no golpearse en el intento.
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De golpe se abre una enorme cúpula oscura bajo la roca y solo se ve una gran oscuridad. No se ve el fin del espacio. Todo es oscuro, la vista se acomoda y de pronto se ve que el agua brilla, turquesa fosforescente, como si el sol viviera debajo.
El efecto es natural, causado por una gruta 10 veces mayor a la de la superficie, pero subacuática e invisible, que permite el ingreso de los rayos del sol, que reflejados en el fondo blanco y arenoso crea este fenómeno.
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"O soooole mío", canta el remero al estilo Pavarotti para hacer más ameno el paseo y lograr más propina. Varios botes recorren la cavidad a la vez y cada uno lleva su propio tenor a bordo. La gruta devuelve sus voces. Y quienes están con traje de baño, saltan al agua gritando felices.
Si lográs visitarla, serás un privilegiado: sólo unos 100 días al año, el mar está calmo y la marea permite su ingreso.
Capri, bella y enigmática, atrapa a cada persona que llega. Todo aquí se resume en la contemplación del paisaje que, de tan bello, resulta irreal
Capri
Capri es fácil de visitar y se recorre en un día, pero probablemente sería mejor disfrutarla en las mañanas y las tardes, cuando las hordas de turistas no están alrededor.
En verano tiene cerca de 10.000 turistas al día (aproximadamente la misma cantidad que la población de la isla), que cuando se van en el último ferry, te dejarán la isla para vos.
Si podés quedarte una noche ahí, tu disfrute será inmenso, si no podés, la visita por un día igual te dejará maravillado.
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Las temperaturas moderadas de la isla, la convierten en un destino de todo el año, aunque la primavera y el otoño son las mejores épocas para visitarla.
La piazzeta de Capri, a la que llegás en el funicular, es el centro de la vida social y lugar de partida para recorrerla. Aquí se obtiene la primera imagen de aquella Capri para ricos, con callejuelas de locales de estilo mediterráneo y las boutiques de lujo que se agolpan en la Vía Camerelle, con las marcas más famosas y caras del mundo, concentradas en tan sólo un par de cuadras.
El centro es peatonal con verdes intensos de vegetación, calles angostas y curvas que siguen el capricho de la montaña.
Marina Piccola
Marina Piccola está justo del otro lado de la isla de Marina Grande. Como su nombre lo indica tiene un puerto pequeño, balnearios (público y privado) y un aire más exclusivo. Animate a buscar la costa pasando por las escaleras que parecen privadas. Encontrarás el camino hacia las playas gratuitas.
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Subite a los buses que llevan a los distintos lugares. La estación de buses está al lado de la plaza. El caminito, que con sus característicos zigzag lleva a Marina Piccola, demuestra que un camino también puede ser una obra de arte.
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Abajo está el océano con sus infinitas tonalidades, tan claro que a tremenda altura igual desnuda su fondo. Invaden la mente acordes e imágenes de El Cartero y Mario Ruoppolo pedaleando en callecitas como éstas, angostas y en subida, hacia alguna villa perdida entre la vegetación y la roca. Por aquí también pasó Pablo Neruda.
Marina Piccola cuenta con restaurantes y una playa de rocas para la natación. Hay balnearios que alquilan tumbonas o hamacas para el día.
Farallones, formaciones rocosas, son una de las maravillas naturales de la isla. Los farallones forman la visión clásica que se asocia con Capri. En la orilla, la playa Faraglioni es una de las playas más bellas de la isla. Hay varias otras formaciones rocosas inusuales en el mar alrededor de la isla, incluyendo un arco natural.
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Desde aquí se puede subir nuevamente a Capri o Anacapri en colectivo. Todo va bien hasta que aparece otro micro naranja y entonces los pasajeros se preguntan cuál de los dos caerá por el acantilado. La calle es muy angosta. "No pasa", dicen, pero ellos se cruzan al milímetro sin preocupaciones y siguen su marcha.
Anacapri
Anacapri, el pueblo más alto de la isla, cuenta con espléndidas vistas al puerto de abajo. Cerca de la plaza central hay una telesilla al Monte Solaro, una visita que vale la pena hacer porque las vistas te dejarán sin palabras.
En Anacapri verás una calle llena de tiendas, algunas de las cuales ofrecen degustación de limoncello. Olivos, vides, flores que le dan un encanto mediterráneo.
La isla con sus faldeos por momentos rocosos y en otros cubiertos de un verde intenso, expone un muestrario de mansiones que parecen estar suspendidas inexplicablemente.
Sus grutas, acantilados, bahías y cuevas componen un paisaje inolvidable. Un clima suave y una ensalada famosa oriunda de aquí, la caprese, prometen que la visita sea una inexperiencia inolvidable.
Hoy, el turismo masivo no quiere perderse esta joya. Llega por el día, recorre y se vuelve en el ferry de la tarde, cuando el sol empieza a teñir de naranja las villas con reminiscencias griegas, y empieza a escucharse el murmullo del mar.
Se van justo en el mejor momento.