Elegir Avignon es adentrarse en el corazón de la Historia y de la Provenza. Capital de la Cristiandad en la Edad Media, conserva aún las huellas de ese grandioso destino: el Palacio de los Papas; el puente Saint Bénezet conocido como el “puente de Avignon”, famoso en el mundo entero gracias a la canción; las murallas, un conjunto monumental, Patrimonio mundial de la UNESCO y decenas de iglesias y capillas, son algunos de los vestigios de un pasado con una rica historia que le dan un atmósfera única a la ciudad.
Cuna de un prestigioso festival de teatro contemporáneo, Avignon posee múltiples museos, una ópera teatro, un parque de exposiciones y un centro de congresos en el seno mismo del Palacio de los Papas.
Avignon -Aviñón en castellano- es una pequeña ciudad de provincia, resguardada por una muralla, que se encuentra a apenas media hora de tren desde Marsella. Fue fundada por fenicios de Marsella a mitad del s.VI aC en torno a la colina que aún domina la ciudad: la Rocher des Doms. Los capítulos más relevantes de su historia están marcados por la religión.
Lo primero que viene a la mente al pensar en esta pequeña ciudad del sur francés es el estribillo de la canción infantil: sobre el puente de Avignon, todos bailan, todos bailan... Y por supuesto, lo primero que uno hace al poner un pie en Avignon es preguntar por el famoso puente que, en realidad, se llama St. Bénezet.
Hay varios puentes sobre el Ródano, pero el puente al que tantas veces le hemos cantado de chicos es inconfundible, porque ya no cumple la función para la que fue concebido. Tiene apenas cuatro arcos que lo sostienen (de los 22 originales), se corta en la mitad del río y lo envuelve una leyenda de siglos.
Un joven pastor llamado Bénezet llegó a Avignon en 1177, diciendo que Dios le había pedido especialmente que construyera un puente en Avignon y así lo hizo, contra todos, que no daban crédito a sus palabras y no creían que podría hacerlo. Primero fue de madera, pero se rompió y reconstruyó con cemento varias veces.
Pero Avignon, a 90 kilómetros de Marsella, más allá de su histórico y melódico puente, merece una visita por las grandes construcciones que ordenaron hacer los papas, cuando adoptaron a la ciudad como residencia oficial. Durante casi un siglo fue la capital de la cristiandad y quedó un gran legado para admirar.
Cuando se atraviesa la Puerta de las Murallas de la Ciudad Vieja (una de las pocas ciudades amuralladas de Francia), a pasos del Ródano, un ambiente medieval rodea a los recién llegados.
Calles adoquinadas, muy angostas que dibujan curvas prácticamente dignas de un laberinto, casas antiguas, capillas, iglesias, conventos, negocios de ropa de marcas internacionales y bares que sacan las mesas a la calle, tientan a los que pasean tranquilos, como si siempre fuera domingo a la mañana. La pequeña ciudad se camina de punta a punta sin cansarse y hasta es probable pasar varias veces por el mismo lugar sin darse cuenta. En cada esquina hay algo para ver: músicos a la gorra, estatuas vivientes, bailarines.
El Palacio de los Papas: A partir del siglo XIV, con la llegada de Clemente V, comenzó la época de esplendor. Este papa francés decidió establecerse aquí porque Roma se había vuelto insegura por los problemas con las familias aristocráticas que apoyaban al emperador.
Fueron sus sucesores, Benedicto XII y Clemente VI, los que hicieron construir una fortaleza, el Palacio de los Papas, el palacio gótico más grande de Europa, que actualmente recibe 650.000 visitantes por año, uno de los 10 monumentos más visitados del país.
En el palacio vivieron siete papas y dos antipapas, que dieron gran impulso a la ciudad
Actualmente está vacío, sin el mobiliario de la época, pero la construcción, de espacios grandes y techos altísimos, es admirable. Adentro, como un museo, cuadros e informaciones sobre la construcción y la vida de los papas en el lugar trasportan a los visitantes siglos atrás.
En el palacio se realiza cada verano, desde 1947, el festival de teatro, danza y música más importante de Francia. En un patio interior, al aire libre, se instala la platea entre columnas góticas para los que asisten al Festival de Avignon.
La construcción del palacio comenzó en 1335 y terminó 20 años después, y hasta ahora conserva la misma apariencia, aunque fue restaurado en el siglo XX. Durante la Revolución Francesa sufrió saqueos e incendios, y después fue utilizado como cuartel.
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Las murallas también fueron levantadas por los papas, para resguardarse de las crecidas del río.