El Cañón del Atuel, en el sur de Mendoza, ofrece al turista características únicas en este tipo de formaciones, como la variedad de colores y paisajes en sus más de 50 kilómetros, y la posibilidad de recorrerlo desde cualquiera de sus extremos sin desandar el camino, en un circuito cerrado que se puede concretar en el día.
El recorrido se extiende sobre el curso del río Atuel, con un desnivel de 500 metros desde la Villa El Nihuil hasta Valle Grande, cerca de la ciudad de San Rafael, base ideal para iniciar las salidas desde cualquiera de esos puntos.
La zona alta del Cañón es yerma y desértica, el río es sólo un hilo de agua o está ausente entre paredones de cientos de metros y tiene numerosas geoformas; en la baja, el torrente celeste y espumoso, bordeado de verde, corre con fuerza y hay mucha presencia humana.
El trayecto desde El Nihuil, demanda menos esfuerzo del motor y menos consumo de combustible, y recorre suaves pendientes de las rutas nacional 144 y provincial 180, a diferencia de las abruptas subidas que impone la otra opción.
Este camino pasa por una verde zona de chacras y a unos 50 kilómetros de San Rafael sube la sinuosa, rocosa y pintoresca Cuesta de los Terneros, que tiene un mirador a 1.000 metros de altitud que deja ver, casi en el horizonte sur de la extensa planicie ocre de pastos secos, una gran rajadura oscura en la tierra, que es el extremo más alto del cañón.
Luego la ruta baja en una rápida recta hasta la llanura y pronto se llega a Villa El Nihuil, con el lago del mismo nombre y el Parque Volcánico La Payunia como telón de fondo, tras la otra costa.
El guía del recorrido, Jorge Royón, de la Cámara de Turismo de San Rafael, comentó que el espejo de agua es de 9.600 hectáreas y los lugareños lo llaman "nuestro pequeño mar".
En un puente sobre el río está el Kilómetro 0 del Cañón del Atuel y allí comienza un descenso por un camino de ripio, polvoriento, cruzado por cortaderas y salpicado de piedras sueltas, que es la ruta provincial 173.
El cañón es producto de la erosión del río sobre una formación precámbrica de 250 y 400 millones de años de antigüedad.
A poco de salir, la Garganta del Diablo, al borde de una explanada natural llamada el Mirador de la Virgen, deja ver la inmensidad y profundidad del cañón, con un fino curso de agua y pequeñas piletas donde abrevan aves zancudas y rapaces.
Muy cerca, sobre un despeñadero de bordes filosos y tonos rojizos cortado a pico, está el mirador Paso de las Cabras, al que se llega por un estrecho y escarpado sendero imposible para vehículos, salvo cuatriciclos o motos.
El cañón es producto de la erosión del río sobre una formación precámbrica de 250 y 400 millones de años de antigüedad, que junto a la actividad volcánica, vientos y lluvias generó ese corredor con precipicios y rocas gigantescas de variados colores y curiosas formas.
Pero la diversidad del paisaje actual no es obra de la naturaleza sino del hombre, que tomó el agua del río en la zona alta para generar electricidad y regar viñedos, olivares y otros cultivos, y el Atuel corre entubado desde El Nihuil hasta la represa de Valle Grande.
El primer gran descenso es por unos caracoles, con profundos barrancos donde se ven restos de una camioneta accidentada, por lo que Royón destaca la importancia de ir con guía y mejor aún con chofer del lugar, ya que es una zona difícil para la conducción, donde no hay señal de celulares.
En el camino se pasa por tres usinas con sendos lagos artificiales que concentran vegetación de verde fresco, que se destaca sobre el paisaje rocoso de tonos rojizos y ocres.
Descubriendo geoformas
El Cañon alberga numerosas formas líticas que disparan el imaginario popular que les dio diversas denominaciones, comentó el guía mientras señalaba un montículo gris que, aseguraba, semeja una manada de elefantes, por lo que lleva ese nombre; muy cerca, una erguida piedra blancuzca es El Búho, y también está el Muñeco Michelin o El Astronauta.
El cerro Carbonilla es el más oscuro del cañón, compuesto por lutitas, entre las que predomina la negra, aunque su mezcla con la pizarra y la calcárea genera variados tonos brunos.
Luego comienza la parte más colorida y entretenida, con la mayoría de sus 200 geoformas, que aparecen en tonos rojos, azulados, plomizos, amarillos o blancos, como Los Ositos Cariñosos, El Pingüino, El Lagarto y La Abuela, entre muchos otros nombres.
El Cañadón Negro o de Los Toboganes, tiene entre sus paredes monumentales unos desniveles naturales de arena lisa donde es posible practicar sandboard.
Unas blandas piedras calizas, en tonos pastel rojizo y amarillo, con vetas verdosas y azuladas, crean una de los mayores conjuntos geomórficos: El Museo de Cera o Castillos Medievales.
El camino sube, atraviesa un túnel y cruza el Atuel sobre la mayor de las cuatro centrales del cañón, Valle Grande, con su lago de agua verde esmeralda entre altos paredones de hasta 350 metros de altura, dunas y playas de arena clara, con la icónica geoforma El Submarino en el medio.
En el tramo final, sin entubamiento el Atuel corre libre y bordeado de verde tupido de árboles, arbustos y hierbas floridas, en una zona de picnics con emprendimientos gastronómicos y de turismo aventura, en especial de rafting, que se puede practicar cuando las represas liberan el agua necesaria.
Fuente: Telam