Ya estamos a bordo del “Amarco II” para tres días de navegación por el Nilo. Nuestro crucero, como todos aquí, no es de esos que llevan miles de pasajeros y tienen más de diez cubiertas. Es un barco pequeño, adaptado a la profundidad del Nilo, que no es mucha y donde el bajo calado es fundamental para que las embarcaciones no encallen.
La capacidad de la nave es de 120 pasajeros y si bien no es un “all inclusive” sí tiene pensión completa, salvo las bebidas. Al ser chico es fácil socializar y hacerse amigos. Al tener cierta antigüedad ofrece camarotes grandes y baños con bañera, un lujo.
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Nuestro primer destino en el crucero que parte de Asuán, es la ciudad de Kom Ombo, a 40 kms. al norte, cuyo nombre significa “ciudad del oro”, porque marcaba el camino hacia yacimientos en medio del desierto.
Resalta aquí un templo dedicado a dos dioses: Horus, el dios halcón hijo de Osiris, y Sobis, el dios cocodrilo, con dos santuarios gemelos.
Es de la época Ptolomeica, o sea de la última etapa del Egipto faraónico. Lo más interesante del templo son las paredes donde aparecen dibujados una serie de instrumentos quirúrgicos, demostrando que los sacerdotes conocían y practicaban la medicina. También hay una especie de inventario de todos los lugares sagrados de Egipto.
Se trata de un templo original, es decir que a diferencia de otros como el de Abu Simbel no ha sido desplazado y reconstruido.
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Nos cuenta Osama, nuestro guía, que el dibujo de perfil de las figuras en Egipto, lo que incluye pintar la forma de las orejas, tiene una función religiosa de reconocimiento de las personas que facilita que el alma se reencuentre con el cuerpo luego de la muerte.
Junto al templo hay un “Nilómetro”, que es una escalera dentro de un túnel que da al Nilo y permite medir su crecimiento, un museo con cocodrilos embalsamados y un gran foso. Mientras visitamos el museo Osama recuerda que los sacerdotes en Egipto debían pasar por muchas pruebas para poder consagrarse, además de muchos años de estudio y de obediencia, y que una de las pruebas consistía en ser tirado a ese foso donde había cocodrilos. El aspirante debía sumergirse en el agua y encontrar la salida subacuática antes de que el cocodrilo se despertara y lo comiera. Era una prueba de autocontrol e inteligencia. Las nenas se impresionan.
Volvemos a bordo y marchamos a nuestro próximo destino, la ciudad de Edfu para visitar su templo.
El trayecto desde el puerto hasta el templo se hace en “calesas” que son unos sulkys que llevan de dos a cuatro personas.
El viaje es caótico. Antes de subir a los carritos, por el acoso de los vendedores ambulantes. Luego porque los conductores gritan y compiten en velocidad entre sí, en medio del difícil tránsito egipcio mientras vemos niños que corren a la par del carro, se cuelgan y piden limosna. Al llegar, nuevas olas de vendedores nos acosan, piden nuestros nombres y proclaman que nos esperan a la salida para vendernos
Ingresamos al templo nos decimos que valió la pena venir. El templo de Edfu también es su versión original y se fue construyendo durante 180 años. No está dedicado a ningún faraón en particular. Disfrutamos sus patios, sus columnas y su santo-santorum.
La salida del templo, a pesar de nuestros temores, fue tranquila porque coincidió con uno de los cinco momentos de rezo colectivo de cada día. Subimos a las “calesas” y en pocos minutos ya estábamos otra vez en el crucero. Ahora ya podemos descansar y ver la puesta de sol sobre el horizonte desde la cubierta del barco.
Pensamos en el incidente de las calesas y terminamos comprendiendo a mucha gente que busca en el turismo algún recurso para vivir y replica modelos de padres y abuelos sin ninguna animosidad. Estamos en paz.
En un rato tendremos la cena y el baile de disfraces del crucero. Nos hemos comprado, algunos en el shop del barco y otros en las tiendas, túnicas, velos y turbantes árabes para sentir la magia del oriente. Será un broche de oro para otro día inolvidable.