"Mamá, mamá, los chicos me tiran de la cama". "No me empujes, me estás tirando". "Me quitas las sábanas...". Eran las 2.43 de la madrugada y mis tres hijos peleaban como pelean durante el día. Dormían los tres en una cama doble y, de pronto, todos estaban discutiendo como si ya hubiera amanecido. La respuesta nuestra no se tardó: "chicos, es un terremoto, es la cama que se mueve".
De vacaciones en San Francisco, California, jamás imaginamos que nos tocaría vivir esas sacudidas que vemos en la tele o en las películas. Estábamos durmiendo y de pronto todo empezó a hacer ruido y a temblar, como si la casa fuera de papel. Ruidos de vidrios, de la vajilla, de los cuadros contra la pared. Todo temblaba. Nos sentamos en la cama tratando de interpretar qué pasaba y rápido sacamos conclusiones: "es un terremoto".
Ruidos como de truenos. La casa cual coctelera. Las cosas chocándose entre sí. Todos despiertos sin entender por qué... "¡Se mueve todo!"
"Sí, tranquila", dice Claudio, mi marido. "Esperemos". Habíamos leído en el Museo de Ciencias Naturales un par de días antes que si ocurre de noche uno debe taparse la cabeza con la almohada para que nada la golpee y no moverse hasta que pase. No llegamos a hacer nada porque fueron 10, 15 segundos y paró. Al rato volvió otro movimiento. Yo ya estaba con los chicos en la cama: el más pequeño se había levantado y había caminado a un sillón, donde seguía durmiendo. Y mi hijo del medio había corrido a nuestra cama diciendo "tengo miedo a algo pero no sé a qué". Nunca entendió lo que estaba ocurriendo.
"Dame el teléfono", le dije a Claudio, "dame Twitter". Ahí puse "earthquake" y comenzaban a multiplicarse tuits de gran cantidad de gente en la bahía de San Francisco diciendo que todo se movía, que la casa temblaba, que estaba ocurriendo un terremoto. La compañía de trenes anunciaba que suspendía el servicio hasta que chequeara las vías y el gobierno explicaba en la red social que era un terremoto de magnitud 4,5 cuyo epicentro había ocurrido en la zona este de Berkeley. Es una ciudad que se encuentra unos veinte kilómetros al noreste de San Francisco, y que debíamos tener precauciones porque había (y sigue habiendo) riesgo de réplicas. Todo estaba en Twitter en cuestión de minutos.
Felizmente, a nadie le pasó nada y no hubo daños ni heridos. Y sólo queda ésto: una experiencia para contar. Rara experiencia que por suerte no pasó a mayores.
Te puede interesar:
- Falla de San Andrés: qué es y cuándo será el Big One que preocupa a California
- Qué hacer en San Francisco: una ciudad mágica enclavada en el paraíso
- 5 atracciones familiares imperdibles en California
- El "fin de la tierra", en Los Cabos de Baja California
- Bienvenidos a Carmel by the Sea, un paraíso de California
- Un tren de alta velocidad conectará Las Vegas con el sur de California
- Imperdibles en Los Angeles: playas, lo mejor del cine y mucha diversión