Nuestro itinerario comenzó en Palm Cove, Queensland, en el norte de Australia y frente a la Gran Barrera.
Es un balneario con unas diez cuadras sobre el mar, infinidad de palmeras, algunos negocios, casas, restaurantes, hoteles y un muelle de pescadores.
¿Que se puede hacer allí? Muy poco diría un "turista". Mucho afirmaría un "viajero".
Por ejemplo, se puede caminar por una larga rambla, protegida por palmeras y eucaliptus (el árbol nacional), observando un mar azul, siempre calmo.
También se puede disfrutar de un baño en ese mar tibio y muy salado, donde flotar no da trabajo.
O sentarse en una mesa frente al mar para tomar algo mientras contemplamos una bahía circundada por verdes montañas.
En todo momento se goza de la brisa y se escuchan los sonidos del lugar: el parloteo de los loros, la presencia de las incontables especies y el murmullo de las olas.
Se puede ver la magia siempre distinta del amanecer sobre el mar y seguir los sucesivos cambios de colores del solitario cayo ubicado frente a la playa.
En otras palabras, se trata simplemente de extraviarse en la belleza de un lugar único y dejar pasar el tiempo viviendo momentos como si fueran un "eterno presente".
No recuerdo qué cosas hicimos y cuales no, pero fueron días de mucha paz.
Green Island
Tomando un bus en Palm Cove se llega en unos 40 minutos a la ciudad de Cairns.
Es el centro de todas las excursiones marinas que exploran la "gran barrera".
Desde allí, embarcados en un rápido catamarán llegamos a Green Island, probablemente la isla más famosa de la zona dedicada al turismo y a las investigaciones marinas.
Muchas cosas se pueden hacer en o desde la isla: playa, snorkel, buceo, parasailing, y ver el show de cocodrilos, entre otras.
Lo más impresionante es la observación del fondo del mar desde un bote de piso transparente.
Impacta ese mundo submarino lleno de corales y peces de todos colores. Todo en él parece funcionar a la perfección como un reino ajeno a los problemas de la superficie.
Al observarlo se siente la grandiosa presencia de la naturaleza, su belleza, su esplendor y su eternidad.
Contemplar tan de cerca la vida dentro del mar es acercarnos a nuestros orígenes, cuando fuimos seres marinos. Por instantes nos sentimos parte de ese mundo y tuvimos la sensación de estar "al final del arco iris".
Tortugas con historia
Tanta calma se quebró de golpe por el ruido de unas cabezas que emergieron fugazmente a la superficie. Luego unos animales marinos jugaron debajo de nuestro bote transparente.
Eran dos hermosas tortugas de un verde brillante.
Son animales centenarios y sus ascendientes, en este mismo lugar pero en 1777, debieron ser vistos por James Cook desde su barco cuando descubrió la isla. Él era un humilde labrador inglés que llegó a capitán de la Marina Real y terminó siendo un gran descubridor y explorador de Australia y Nueva Zelanda.
Sin duda también vieron esas tortugas, y las estudiaron, los tripulantes del Beagle, el barco donde viajaba Darwin que paso por la Green Island luego de recorrer las costas de la Patagonia Argentina y ver a sus primas de tierra en las distantes islas Galápagos.
Nos sentimos de alguna forma cercanos a esas hazañas.
Retorno y misterio
En el barco de vuelta compartimos el viaje con varios contingentes de japoneses, todos callados y felices como niños al final de un día en Disney.
Al llegar a Palm Cove hicimos una caminata nocturna por la playa.
En un momento, quizás recordando imágenes de las experiencias recientes, imaginamos el acecho del cocodrilo marino, único en el mundo. Llegamos a escuchar un fuerte movimiento en el agua, cerca de la orilla y sin pensarlo ni mirar atrás salimos corriendo y no paramos hasta llegar a la cabaña.
Nunca supimos qué fue lo que pasó pero, como dice la canción del lobo feroz aplicable al cocodrilo marino, "nadie lo ha visto ni verá... pero puede ser verdad".
Eduardo Favier Dubois
www.favierduboisspagnolo.com