Una serie de signos pintados a mano van acompañando el recorrido por la sinuosa carretera de montaña que se extiende entre el aeropuerto y la capital de Bhután, Thimphu. En lugar de carteles indicadores de reducir la velocidad o verificar los espejos, estas señales ofrecen al viajero una serie de mantras que glorifican la vida.
"La vida es un viaje ¡Completelo!”
dice un cartel, mientras que otros instan a los conductores a "dejar que la naturaleza sea su guía".
Esta es la forma en la que el país le da la bienvenida a los escasos turistas que pueden ingresar a este reino remoto, un lugar de antiguos monasterios donde se agitan banderas de oración y la belleza natural asombrosa. Hace menos de 40 años, Bhután abrió sus fronteras por primera vez. Desde entonces, ha ganado un estatus casi mítico de calidad de vida, en gran parte por su decidida y metódica búsqueda de los más difícil de alcanzar: la felicidad nacional.
Desde 1971, el país ha rechazado el PIB como la única manera de medir el progreso. En su lugar, se ha defendido un nuevo enfoque para el desarrollo, que mide la prosperidad a través de los principios formales de la felicidad nacional bruta (FIB) y la salud espiritual, física, social y ambiental de sus ciudadanos y del medio ambiente natural.
Este país pequeño puede ser visitado por turistas recién desde 1974, pero el gobierno impone una serie de restricciones económicas para impedir un gran flujo de viajeros. Esto a la vez que genera importantes ingresos desde la industria turística, previene el deterioro ambiental de este paraíso asiático insertado en la cordillera de los Himalayas.
Durante los últimos tres decenios, esta creencia de que el bienestar debe tener preferencia sobre el crecimiento material ha seguido siendo una rareza mundial.
En un mundo acosado por el colapso de los sistemas financieros, la desigualdad bruta y destrucción del medio ambiente a gran escala, una creciente ola de eminentes economistas, ambientalistas, psicólogos, líderes religiosos y políticos están dirigiendo su mirada al sistema de este reino para conseguir el crecimiento sostenido.
"Es fácil explotar la tierra y los mares, pescar y hacerse rico", dice Thakur Singh Powdyel, ministro de Educación de Bután, que se ha convertido en uno de los portavoces más elocuentes de la FIB. "Sin embargo, creemos que no se puede tener una nación próspera en el largo plazo si no se logra conservar el entorno natural o cuidar el bienestar de su gente, algo que está siendo corroborado por lo que está pasando con el mundo exterior."
En los últimos 20 años la esperanza de vida se ha duplicado en Bhután y se tiene casi al 100% de la población infantil inscripta en las escuelas. Allí, junto a las matemáticas y la ciencia, a los niños se les enseña técnicas agrícolas básicas y la protección del medio ambiente. Un nuevo programa nacional de gestión de residuos se asegura de que cada pieza de material utilizado en la escuela se recicla.
La inclusión del FNB en la educación también ha significado sesiones diarias de meditación y música tradicional, en sustitución del sonido metálico de la campana de la escuela.
Sin embargo, el reino de Bhutan se enfrenta a enormes desafíos y le quedan varias situaciones problemáticas por resolver. Sigue siendo una de las naciones más pobres del planeta. Una cuarta parte de sus 800.000 habitantes sobreviven con menos de $ 1,25 al día, y el 70% viven sin electricidad.
Por otro lado, después de que en los '90 se aprobaran varias políticas tendientes a integrar a la tibetana se produjeron varios enfrentamientos con la minoría de nepaleses. Miles huyeron a campos de refugiados en Nepal, y sus estatus todavía son inciertos. Los que se quedaron, aún hoy en día sufren por la discriminación.
Fue por ello que en reiteradas oportunidades los líderes de Bhután hicieron encendidas solicitudes de ayuda para que no se destruya su modo de vida, algo que si bien ellos construyen desde adentro del país no debe ser deliberadamente corrompido desde afuera.