A una hora en auto de Belo Horizonte, capital de Minas Gerais, uno de los estados emblemáticos de Brasil, el viajero atento puede descubrir Inhotim, una gran finca perdida en el centro de la nada que es uno de los centros de arte contemporaneo más impresionante del momento.
Se trata de un terreno ondulante que llega a ser escarpado en su zona alta pero que abajo, nada más entrar, tiene un pequeño lago rodeado por jardines y bosques con una flora variadísima que, dicen, alcanza las 1.300 especies.
Y asomandose (o escondiéndose) entre ellos, una colección de esculturas, instalaciones, pabellones y otras obras de arte. Es que este lugar, situado en pleno paisaje tropical, se ha consagrado como uno de los estandartes del arte brasileño. Fundado por el coleccionista, Bernardo Paz, tiene más de 450 obras de artistas consagrados y es el centro de arte contemporáneo más visitado del país.
Entre estas obras destacadas de la escena cultural brasileña, se encuentra “Vegetation Room Inhotim”, un notable pabellón laberíntico diseñado por la arquitecta Cristina Iglesias, donde uno puede convivir con la espesa naturaleza del lugar. Un poco alejada del núcleo central de pabellones, este laberínto vegetal está emplazado en un territorio ambiguo ya que no es ni jardín ni bosque sino una zona de “malas hierbas” que ha sido limpiada para hacerle lugar a su estructura cuadrada de unos 8 metros de lado con entradas en cada uno de sus flancos.
De esta obra la propia autora cuenta: “Encuentro profundamente conmovedor el camino desde Belo Horizonte a Inhotim. Todo parecía estar cubierto de un polvo rojizo ferroso que le daba todo el aspecto de una fotografía sepia envejecida. Me di cuenta de varios garajes donde se estaban reparando automóviles en mal estado, y de las heridas abiertas en las laderas de las montañas entre la vegetación exuberante y salvaje. Yo tenía esas imágenes en la mente cuando entré en el jardín. De repente, como si de un oasis perfecto después de todos esos caminos tortuosos, vimos Inhotim: un laboratorio para la botánica y el arte, un lugar destinado a fomentar la educación y el debate.
Esa experiencia inicial aportó a la idea básica del proyecto. Buscamos un lugar que fuera salvaje, pero no muy lejos del jardín. Imaginé una habitación en el bosque cercana al jardín más ordenado, generando así un nuevo camino hacia una de las zonas de vegetación en Inhotim que actúa como un recordatorio de la selva original.
He construido una sala de vegetación sin techo, abierta al cielo en medio de la selva, con paredes de acero inoxidable que reflejan la naturaleza que lo rodea y por lo tanto desaparecen, como si se camuflaran. Se dispone de cuatro entradas, una en cada lado. Cada puerta se abre a un espacio con invitación a pequeños rincones y grietas.
Dentro de otros espacios internos, donde el visitante puede asomarse, pero no entrar. Las paredes son un conjunto ficticio vegetal con un motivo repetido que poco a poco muta de un espacio a otro, casi imperceptiblemente multiplicando detalles.
No es posible acceder de un espacio al otro cuando se está en el interior de la estructura. Tienes que salir de la escultura en cuyas paredes exteriores se refleja el entorno con el fin de encontrar otra forma de entrar. Al entrar desde otro lado, lo que se experimenta es muy similar a lo que acabas de dejar. A pesar de oír el murmullo del agua que corre, es sólo cuando entras por la puerta más oculta por la maleza que está dirigida al corazón del laberinto donde, bajo un piso de malla metálica, el agua forma un remolino.”
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